Ing. Edmundo Zelada Seoane
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia "Sucre"
Presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia "Sucre"
Los ojos de la imaginación alimentada en las páginas de los libros y los relatos de los historiadores, nos trasladan a un lejano pasado de un jueves del mes de mayo que iba a dar inicio a una nueva etapa en la historia y el destino de esta América Morena.
No fue un
accidente casual que esa noche del día 25 tañeran, hasta romperse, las campanas
ni retumbaran dos disparos de cañón ni se escucharan en las calles de esta
apacible ciudad los airados gritos de la gente, tanto tiempo contenidos.
Nos imaginamos los
pétreos claustros de la Universidad de San Francisco Xavier con su Academia
Carolina a la que llegaron a estudiar jóvenes inquietos de estas y otras tierras
lejanas como: Mariano Moreno, Bernardo Monteagudo, Juan José Castelli de la
Argentina, los hermanos Antonio Vicente y Manuel Seoane de Santa Cruz que junto
a otros compañeros y juristas, como Manuel y su hermano Jaime Zudañez, Manuel de
Lemoine, Mariano Michel y otros que les precedieron, debatían sobre asuntos de
orden filosófico, y político con criterios renovados e independientes sobre la
soberanía y los derechos de los pueblos, los derechos del rey, la posición de la
Iglesia y la organización del estado en las Indias Occidentales.
En el transcurso
de los años previos a 1809 una serie de acontecimientos políticos y
administrativos en el viejo y nuevo mundo, agudizaron unos sentimientos y una
atmósfera de insatisfacción y desconfianza en los oidores de la Real Audiencia
de Charcas y el Claustro Universitario, sobre todo por las actitudes y
posiciones conservadoras e intolerantes del Presidente Ramón García de León y
Pizarro, de su asesor el paraguayo Pedro Cañete y el nuevo arzobispo Benito
María de Moxó y Francolí, obligados a defender el régimen borbónico y su
adhesión al Virrey de Buenos Aires. Al interior de la universidad se patentizaba
el rechazo a la postulación apoyada por García Pizarro y el arzobispo, de
postular a Cañete como Rector, la pretendida humillación al Vicerrector con el
“incidente del cojín” y las medidas disciplinarias en la administración
universitaria.
La situación
política fue adquiriendo nuevos motivos de inquietud a raíz de la obligada
abdicación de Fernando VII a la corona de España y las intenciones de su hermana
Carlota Joaquina de Borbón para gobernar las colonias españolas en América y la
expansión lusitano-Brasileña a costa del Virreinato de Buenos Aires, postura que
parecía asumir el Delegado de la Junta de Sevilla, José Manuel Goyeneche.
Los conciliábulos
de los oidores, los “doctores” y síndicos de la Universidad alimentaban y
difundían en secreto la consigna de que, al haber abdicado Fernando VII y hecho
prisionero por Bonaparte, la soberanía volvía al pueblo y éste era el único que
podía tomar determinaciones, por lo que decidieron asumir el gobierno y no
aceptar ninguna autoridad emanada de España o de la familia real; aunque para
fuera manifestaban su devoción por el “amado Fernando”.
Como esta
situación se tornaba francamente conspirativa y peligrosa, el Intendente
Gobernador instruyó la detención de los oidores comprometidos, del fiscal, los
miembros del Cabildo Secular el síndico de la Universidad y del abogado Jaime
Zudañez, entre otros. Este fue el único en ser apresado ese día pues los demás
se habían puesto a buen recaudo alertados de tal mandato. Este momento comenzó
la “noche histórica”. Jaime Zudañez escoltado por los soldados que lo llevaban
preso; su hermana corriendo detrás y alertando al pueblo que amotinado pedía la
libertad del abogado; los disparos de la guardia; la pedrea a la residencia del
Gobernador pidiendo su dimisión; el tañido urgente de las campanas de San
Francisco y la Catedral; la libertad del apresado por la intervención del
arzobispo; los cañones que derribaron una puerta; la renuncia de Pizarro; la
huía de Moxó Y Francolí; la conformación del nuevo mando político y militar a
cargo de Álvarez de Arenales; los 15 muertos y varios heridos y el
desconocimiento del Virrey Liniers, fueron las consecuencias inmediatas de ese
25 de mayo de 1809. Según los cronistas, de las 42 personas sindicadas como los
actores principales de la insurrección, sin contar a los ministros de la
Audiencia, 13 tenían título universitario, 2 eran estudiantes, 15 comerciantes y
12 sin profesión conocida.
Esa noche marcó el
inicio de la Revolución Emancipadora que aún habría de durar mucho tiempo,
sobretodo en el Alto Perú. Inmediatamente fueron destacados emisarios; unos para
alertar y resistir la anunciada llegada de las tropas del Gobernador de Potosí
Francisco de Paula Sanz y otros para comunicar los acontecimientos y conseguir
apoyo a la causa. Montegaudo fue a Tupiza y Potosí, Michel y Alcérreca a
Cochabamba y La Paz, Juan Manuel Lemoine a San Cruz donde se le unieron los
doctores Vicente Seoane y Vicente Caballero.
En Chuquisaca la
rebelión duró unos 7 meses hasta el 22 de diciembre que con la designación del
nuevo presidente de la Audiencia, Mariscal Nieto, se dispuso en febrero y abril
de 1810 el apresamiento y destierro de los principales involucrados; oidores,
fiscales, doctores, estudiantes y vecinos… Pero ya era tarde. La chispa había
encendido las hogueras en La Paz, Oruro, Santa Cruz, Cochabamba y saltó más
allá de las fronteras de la Audiencia de Charcas dando inicio al verdadero
proceso de la Revolución Americana en esta parte del continente.
Rindo pues, mi
ferviente homenaje de admiración y respeto a una fecha, a una ciudad valerosa, a
unos hombres decididos cuyas ideas junto al coraje de su pueblo pudieron más que
las armas y el poder, e inscribieron en la historia de América la página más
significativa en la lucha de los pueblos por su dignidad e independencia de hoy
y de siempre.
Que el mensaje y
el encargo del Gran Mariscal de Ayacucho, cobardemente asesinado un 4 de junio
hacen 186 años, nos inspire, nos comprometa y nos dé el valor suficiente para
“defender entre todos los peligros la independencia de Bolivia.
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